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SepLatinoamérica es tan grande y tan variada, con una oferta cultural tan inmensa, que los motivos para recorrerla de punta a punta serían infinitos.
Nosotros hoy sólo te vamos a entrar por el lado romántico de los paisajes. Porque, ¿existe algo más gratificante que quedarse con la boca abierta ante un panorama espectacular nunca visto? ¿Esa rabia orgullosa de que tu mejor fotografía no pueda transmitir toda la magia que viste en persona? Con estos 7 paisajes que te proponemos, seguro que te ponemos los dientes largos:
¿Qué mejor motivo necesitas para ir a Latinoamérica, que poder visitar una de las actuales siete maravillas del mundo? Machu Picchu es una auténtica obra maestra de la construcción y la ingeniería: un complejo de viviendas, templos y palacios que ordenó construir el inca Pachacútec antes del siglo XV, en lo alto de un cerro a 2490 metros sobre el nivel del mar.
Contemplar las impresionantes montañas en las que se enclava es una experiencia que vale el viaje entero.
Cuando el botánico suizo Robert Chodat las visitó a principios del siglo XX, escribió “el asombroso espectáculo de un océano cayendo a raudales en un abismo es casi escalofriante”. Maravilla natural indiscutible, estas cataratas en la misma frontera entre Brasil y Argentina las forman 275 saltos de agua, el mayor de todos de 82 metros de altura.
Es como si un gigante hubiera pisado la Tierra, hundiendo esa parte bruscamente y creando así un mundo diferente, un mundo de agua y vapor que todos deberíamos ver antes de morir.
Formalmente perteneciente a Chile, esta isla es uno de los lugares más remotos del mundo. Pero la distancia no es una excusa para dejar de visitarla.
Esta pequeña isla era el hogar del misterioso pueblo Rapanui, una sociedad muy desarrollada culturalmente, que tenía su propio sistema de escritura, y que nos dejaron las enigmáticas cabezas Moai.
Un atardecer en el Pacífico junto a estos restos, es una experiencia que no se borra de la memoria.
Esta pequeña isla mexicana es un capricho caribeño. Una manga de arena la une intermitentemente con la península del Yucatán, creando un recodo cerrado de aguas cristalinas que no dejan a nadie indiferente.
Pero además de sus interminables kilómetros de playas blancas, la isla cuenta también con otros atractivos, como el contacto con la laguna de Yalahau, antiguo refugio de piratas y lugar habitual de apareamiento de los delfines.
La Laguna Verde de Potosí, en Bolivia, es un raro e impresionante espectáculo de la Naturaleza. Ubicada a los pies del volcán Licanbur, las aguas de esta laguna de agua salada de alta montaña son de color esmeralda. ¿El motivo? Los minerales y metales pesados que emanan de las montañas volcánicas, como el magnesio, el plomo o el arsénico.
Es una belleza mortal (no hay vida en esa agua, porque es tóxica), pero quizá por ello aún más bella. El panorama que la enmarca es de postal, y los géiseres alrededor, y los flamencos danzando sobre el agua enamoran a los visitantes y les hacen olvidar el frío.
Porque allí los vientos helados son comunes, alcanzando las aguas temperaturas de hasta -56 grados. Que no se congelan por los minerales que contiene, pero ¡no se te ocurra meter la mano!
Seguramente el paisaje más bello de Guatemala sea el del lago Atitlán.
Este lago de alta montaña (a más de 1500 metros sobre el nivel del mar) se sitúa entre los volcanes Atitlán, Tolimán y San Pedro, todos ellos de más de 3000 metros. La postal que forma el conjunto ya puedes imaginártela. Pero es mucho mejor verla en persona.
Se especula que el lago puede ser un viejo cráter, aunque otros dicen que al surgir los tres volcanes se interrumpió el curso natural de los tres ríos que vienen del norte, confluyendo las aguas en este valle que se tornaría en lago.
¿Por dónde se va el agua? Nadie lo sabe. De hecho, su profundidad es desconocida, si bien se ha llegado a medir hasta los 350 metros.
Otra característica especial de este lago son sus vientos, el llamado Xocomil: a mediodía, cuando se junta el aire cálido del sur con el aire frío del altiplano, se forman remolinos y tormentas que crean olas más que respetables. Atitlán es la muestra viva de la fuerza inorgánica de la Naturaleza.
Este pequeño pueblo pesquero (ahora casi por completo dedicado al turismo) en la costa caribeña de República Dominicana, es una de las bellezas naturales subacuáticas más impresionantes que existen.
Rodeados de playas paradisíacas, parecería que Bayahíbe es para descansar y nada más. Pero bajo las aguas se esconden muchos tesoros.
Para empezar, arrecifes coralinos plagados de vida marina que podrás observar, e incluso tocar.
Pero además, muchos naufragios recreados de la época de la conquista y la piratería, y restos auténticos como los del barco del Capitán Kidd, hoy transformados en Museo Viviente para disfrutar de los delfines, los tiburones gata, los manatíes, y cientos de peces de cientos de colores diferentes.
Un destino imprescindible para submarinistas.
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