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DicEl color más especial de Sevilla llega en primavera, cuando la Feria de Abril y la Semana Santa de Sevilla se presentan como los principales atractivos de toda Andalucía. Más hacia el verano, la noche se llena de música, desde el flamenco más calé a la electrónica o el pop de actualidad; conciertos diarios en la ciudad que aderezar con sus terracitas, unas buenas tapas de serranito, de pescaito o de chipirones a la plancha acompañados de una manzanilla, un fino o una caña.
Así, el verano es tiempo de noches, de museos donde refugiarse del calor y de grandísimas historias Patrimonio de la Humanidad entre el Alcázar, la Catedral y el Archivo de Indias. Pero hoy vamos contracorriente, y te recomendamos una visita de temporada baja, con tres buenas razones, eso sí.
La primera. Lejos de la Feria de Abril y el veranito sevillano, la ciudad es más accesible (vamos, que las calles no están reventadas de turistas), por lo que no te será difícil ir de aquí para allá y disfrutar de todas las maravillas que siguen ahí los 365 días del año.
La segunda. Que no hay calor asfixiante de cuarenta y cinco grados a la sombra, por lo que vas a poder salir del hotel sin sudar como un pollo y moverte por Sevilla todo el día.
La tercera. El precio, ¡chiquillo/a! En temporada alta todo sube, menos los sueldos; pero en invierno las cosas llevan otro ritmo en ciudades turísticas como Sevilla, por lo que no es raro que te encuentres chollazos que disfrutar.
Y una vez dicho esto, vamos a lo que de verdad nos interesa, ¿qué te parece? Como decíamos, en invierno Sevilla sigue ahí, por lo que todo aquello que quieras ver, no vas a tener problemas para verlo: solo es cuestión de organizarte, y al lío.
Acércate a Sevilla en invierno
Sevilla es la cuarta ciudad más poblada de España y la primera de Andalucía. Gracias a su patrimonio histórico y cultural recibe turismo de todo el mundo y varios de sus edificios más representativos han sido declarados Patrimonio de la Humanidad.
En una visita exprés, el conjunto más representativo que no podemos perdernos es el que constituyen la Catedral de Sevilla (y la Giralda), el Alcázar y la Iglesia del Salvador; la catedral, de un gótico tardío (siglo XV-XVI) con una planta de 113 x 135 metros, convirtiéndola en la más grande del mundo, y que esconde sorpresas inesperadas como el Patio de los Naranjos o la Giralda, el campanario de la catedral, con dos tercios musulmanes y un tercero cristiano. ¿El nombre? ¡Por el Giraldillo, la estatua superior que hace de veleta y que terminó por denominar a la torre bautizada como Triunfo de la Fe Victoriosa!
A su vez, el Real Alcázar de Sevilla —un conjunto de palacios rodeado por una muralla— recoge diferentes estilos arquitectónicos en su interior (islámico, mudéjar, gótico, renacentista y barroco, en concreto) y ha sido lugar de alojamiento de monarcas desde hace más de cinco siglos; entre sus muros, podremos deleitarnos con una de las grandes maravillas de la historia de la humanidad, que recoge ricos arcos lobulados o detalles en yeso del periodo musulmán, pero quizá lo que sorprende es que los jardines no desmerecen, sino que acrecientan el valor del conjunto con zonas árabes, renacentistas y modernas, como el jardín inglés, el del Marqués de la Vega y el de los poetas.
Si vas con algo más de tiempo, la Iglesia de la Magdalena (barroco sevillano) es una maravilla que no te deberías perder: destacan el retablo mayor y los frescos de Lucas de Valdés que se suman a un par de lienzos de Zurbarán. A todo ello, el primer día debería darte tiempo a pasearte por el Barrio de Santa Cruz, y visitar la Antigua Fábrica de Tabacos, la Plaza de España y, si tienes el cuerpo para ruedos, el Museo Taurino de la Maestranza.
Cerca de la catedral también tienes el Archivo de Indias, edificio que centralizaba la documentación de las ochenta colonias españolas en el Nuevo Mundo con más de 80 millones de páginas y 8.000 mapas. Del contenido que allí se recoge al mismo edificio son dignas de estar declaradas, desde 1987, Patrimonio de la Humanidad.
Para terminar, si la visita no se extiende más allá del “finde”, la Torre del Oro a los pies del Guadalquivir incluye el Museo Naval de Sevilla, pero sus brillos dorados que se reflejan en el agua desde el siglo XIII son suficiente reclamo, en serio. A partir de aquí, te quedan museos como el de Arqueología, el de Artes o el de Costumbre Popular, un tapeo en la plaza de Santa María la Blanca, saborear unos montaditos, probar la cola de toro y el solomillo al whisky, vivir la ciudad de la mano de grandes maestros como Cervantes o Lope de Vega o detenerte unos minutos en el callejón del Agua o el Museo del Flamenco. Por cosas que hacer en invierno por Sevilla no será, ¡que quede claro!
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